sábado, 27 de noviembre de 2010

Mi ñaña


Le di un cincuenta por las cervezas. El guaso nos decía que esperáramos un poco más porque el horno andaba mal pero que la pizza la tenía que cobrar porque ya estaba pedida y la estaban haciendo. Mi hermano todavía no había roto nada pero todavía no le entregaban la pizza, así que los apurábamos porque además teníamos que irnos rápido por si llegaba la cana; pero ya era tarde: mi hermano estaba arrancando el canasto de la basura de la calle, ladeandoló, hasta que el caño se cortó al ras de la vereda. Entonces ya no hubo arreglo posible, porque entró con ese canasto como si fuera el martillo de Thor y empezó a pegarle a todo. Para mi gozo enumero: mesas con o sin parroquianos; botellas de vino en repisitas; la caja registradora símil antigua; toda cosa destructible; lamparitas dicroicas; todo a los canastazos. El tipo de la pizzería y la novia estaban en un rincón, y el loco fijó su atención hacia un nuevo ángulo de su visión perdida, y ahí estaban los platitos de adorno con dibujos italianos de viñas y góndolas; parecía que le había agarrado el gusto a pegarle a los platitos porque a todos los iba rompiendo igual: iba quedando un trozo de cada platito enganchado a los clavos con ese alambre en ve corta que tienen atrás, hasta que empezó con las cosas del mostrador. No quedó nada sano pero a los guasitos no los tocó para nada. La chica lloraba y el tipito la tenía como protegida en una pose entre valiente y suplicante. La cuestión agarramos y nos fuimos en las motos: yo y mi ñaña en una y el Fede en la suya. Ya habían llamado a la cana, y nos persiguieron hasta las casas, pero no los dejamos entrar. Así que estaban ahí afuera. Estuvieron como una hora detrás de la reja del jardín esperando la orden del juez. Mientras, iban llegando más canas en móviles y chatas. La madre del Fede estaba en la puerta diciendo que nosotros no habíamos hecho nada. Pero no hubo caso: entraron, y aunque nosotros, que nos habíamos bañado y perfumado, estábamos acostados haciéndonos los otarios, lo mismo nos alumbraron la cara con linternas y nos apuntaban; hubieran prendido la luz pero se ve que ya estaban cebados a lo SWAT. Nos sacaron y nos cagaron a patadas a los cuatro: a mí, a mi hermano, al Fede y al hermano del Fede, que no tenía nada que ver y recién llegaba de la iglesia. No pudo zafar aunque explicó, y todos les explicábamos, que estaba estudiando para pastor en la evangélica del barrio. Más duro le dieron por llevar corbata. “Esto es insidioso”, le dijo la madre del Fede al oficial, porque ya los tratábamos de oficiales para ahorrarnos patadas. Y todos nos quedamos mirando a la vieja porque creíamos que le estaba diciendo idiota, y el cana por las dudas nos empezó a pegar mas fuerte. Y así estuvimos una semana amansados en cana, y por suerte los de la pizzería no denunciaron porque mi vieja pagó una parte de los daños y les juró que ella haría lo imposible para que mi hermano no los molestara más. Por fin le dieron la pizza que habíamos pagado porque la doña no iba a dejar de llevarse lo que era nuestro. Ésa fue nuestra primera comida en cana: pizza con Coca-Cola.

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