domingo, 20 de mayo de 2012

Evangelio

Agüita helada en un vaso y la pastilla de la tranquilidad natural bajando por mi tracto digestivo ya me duermo ya no tiemblo pero sigo sudando. Un cigarrillo encendido echando humito hacia los ventiladores en reversa el tiempo y su curso ineludible marcado por el compás de un ronquido. Dónde en qué estante del archivo general del montón de escombros quedará este día derrumbado. El sol el viento todas esas cosas que los siglos conocen de antemano continúan empañando los vidrios rotos dejados a la buena de una próxima torpeza. Y gastarse como arena vaciándose de inútiles palabras que nunca serán utilizadas en una discusión a cascotazos. Frases para hacer doler para mostrar cual cicatriz es la mas dura para afilarse las lenguas y dejar bombas de tiempo y campos minados. Quien te quiere te hará llorar, menos tus compañeros de batalla que están demasiado ocupados en que les cuides sus espaldas, esos son de confianza pero requiere andar siempre batallando. Ni hoy ni mañana nunca te querrán, quién quiere acercarse a un brocal sediento. Todo ha de caer y aun ese buen día no era más que una galleta de premio. Oh frases que salen a pescar los pedazos de aquel armatoste con ganchitos de alambre sepan que ustedes se perderán tambien por el camino a la taberna. Persona significativa es aquella de la que querés apropiarte y retener para jugar en tu jaula esa que no te animaste a dejar y que sólo es un hilo atado a una caña que abrazas al dormir para que el diablo no te pellizque los pies. He visto dos pájaros volando sobre mi cabeza y a pesar de que los augures han todos muerto veo la ventura de días repetidos. Te dejaría ahí sentado por fin con tus medallitas de santos para salir con una nueva cara con una nueva memoria, tu rostro y corazón  tantas veces lo dije no puedo asimilarlos. Pero de a poco estaré más lejos como la luna que ya no quiere vernos.

lunes, 14 de mayo de 2012

Papi

En casa ha sido mi madre quién recibió la noticia; es de noche y mi padre aún no ha llegado del taller con un paquete de papel de diario envolviendo ropa sucia; con el paquete de caramelos Stani de frutilla.
La calle es ancha entre veredas altas, oscura y fria en junio de 1978, voy como salvoconducto ante los posibles ladrones, de la mano de un tio policía vestido de civil, internándonos hasta que de un lado de la calle sólo hay campo, la sombra de carros y caballos entre los yuyos secos. Pregunto a qué vamos, a decirle algo a la Clemi, qué, no te puedo decir es cosa de grandes; insisto inútilmente. Pregunto por la fuerza del elefante, por la vista del lince, por la velocidad en el vuelo del alcón peregrino, no hay entusiamo en sus respuestas, no quiere jugar. Yo no conozco el camino, y teniendo en cuenta que nunca me llevaría un grande a ningún lado ¿ Porqué voy yo? ¿ Porqué mi madre me ha cedido? Antes de cruzar el canal maestro, nos metemos en Barrio Comercial. Llamar a la puerta. Tía Clemi recibe la noticia sin hacernos pasar y llora, varias veces repite dos nombres como  golpeándolos; uno es el de mi padre, si bien no se dirige a mí, me siento golpeado y culpado. Entramos y no recuerdo más palabras o imágenes, solo una luz amarillenta y paredes azules. Me quedo quieto y sentado, algo muy inusual en mí.
En viaje a Alta Gracia, paraíso perdido, camino que haré cientos de veces en autos varios y menos veces en ómnibus, o a pie solo una; me entero de que Papi, mi abuelo, ha muerto; para los demás nietos, El Nono.
En la casa de la calle Brasil, apenas entrar estaba la mesita cuadrada del comedor y el taller de zapatero, un reloj eléctrico blanco cuelga sobre la entrada al pasillo. Ahora Papi está acostado dentro de un cajón oscuro demasiado alto, rodeado de velas artificiales y objetos de zinc. Alguien me levanta para besar su frente helada y huesuda sin sombrero, a todos los nietos les hacen igual. Todos recuerdan esa sensación en los labios. Se reza el rosario.
Mi padre es capaz de llorar, tiene los ojos enrojecidos y su mirada pasa a travez de mis ojos. Yo creo que debería llorar pero no puedo. Hay café incluso para mí, en algunos pocillos se vierte además otra bebida. De día ya, hay conciliábulo sólo de hermanos en el dormitorio principal.
 Los albañiles cierran el nicho mientras leo el epitafio bajo la foto de una niña sonriente. Cualquiera puede morir por más alegre que esté o cuánto lo quieran sus padres y hermanos, aunque no haya llegado a viejo. Trato de perderme inútilmente por las callecitas bordeadas de un hilo de agua, de sentirme extraviado, pero solo siento una inquietud de juego inventado. Jamás me pierdo. Robo un puñado de piedritas blancas picadas que adornan una tumba. Encuentro un panteón abierto y entro, rodeado de cajones cierro la puerta de reja y vidrio para probar mi miedo. Pronto salgo simulando calma, dejando que el terror me ataque años más tarde y vuelvo con los demás. Llenan con agua los floreros, ponen flores, tocan la pared de rafa recien levantada y se persignan. Dónde estabas, me pregunta alguien, quedate por acá.
 De regreso a la casa veo que  mi padrino está en el patio haciendo el asado y afilando la cuchilla con la chaira. De pronto ríen entre vasos y comida los que antes lloraban, y no lo entiendo ¿cómo pueden reir a carcajadas? ¿Tan pronto puede volverse a reir? Me enojo secretamente con ellos.


domingo, 13 de mayo de 2012

Chamaco

Y Maricel Landri dijo escroto cuando la maestra por no decir cartón de huevos quiso decir maple e hizo el gesto de sostener los huevos desde abajo cuando convenía colocarlos en el cartón imaginario tomándolos decorosamente desde arriba. A mí me gustaba la Maricel; era rubita y de ojitos celestes, siempre el pelo lacio y limpio y su recatada voz. Las otras me parecían todas feas: la Marta que me decía Grabiel a cada rato y la hermana que no me acuerdo cómo se llamaba. También estaba la hermana del Franco, eran muy parecidos, con dientes que casi no podía cubrir con los labios porque estaban proyectados hacia afuera, siempre con cara de pena, cuando pienso en ella siento lástima. Franco dibujaba, era lo único que hacía bien, agarraba con fuerza un lapiz chiquito y mordido como si grabara en vez de escribir. La vez que le puse la traba, el mejor dibujante se abrió la cabeza contra un pupitre, hay que poner pupitre o alguien puede pensar que un banco es un banco de la plaza y en realidad no me veía con ellos fuera de la escuela. Ah, sí, ahora me acuerdo de todos y cada uno pero no los voy a nombrar y me acuerdo que siempre estuve entre los crueles pero hablaba con esos otros chicos a los que no trataban bien. Los tranquilos eran aburridos y siempre que me hablaban sentía ganas de pegarles una piña; se sentían mis amigos y los dejaba regalados para ir con la barrita. También estaba Medina, llamado El Chamaco, a quien alcanzamos en cuarto grado y dejamos ahí con la Señorita Mary, cara de loca; psicóloga; aliento a cigarrillos que ponía picadillo a las galletas con el dedo. Chamaco apuntaba a los que no le gustaban con un epíteto y los dedos como revólver para hacerles bajar la vista.Y si no lo hacían los increpaba con un telaguantai y el pecho hacia adelante. Nadie selaguantaba con El Chamaco. Yo era amigo de él  y me reía con él de todos. Una vez me dijo sos un Culiau y me dediqué a tratar serlo molestando a los que sabía que no se la iban a aguantar. Cuarto grado fue el lugar dónde sentí celos por primera vez y no sabía que se llamaban celos. A Walter Soria se le había caído un lapiz y a la Maricel alguna cosa supongamos la regla, así que los dos se estiraron para recoger lo caído haciendo un movimiento que hoy me parece tan gracioso... alzaron sus útiles y se levantaron, y a mitad de camino se miraron y se rieron juntos;  el infortunado testigo quiso haber sido Walter Soria u ocupar en un universo velozmente inventado el lugar de Walter Soria para que la Maricel se riera así conmigo. No se hicieron novios ni nada. En quinto creo haberle dicho que me gustaba o que era linda; me puso la cara de que asqueroso y dijo algo acorde. Me sentí un incomprendido, alguien que sin haber ofendido pasaba a ser una escoria innombrable. En esos días la madre del Walter Soria del otro universo no aguantó más la presión de sus instintos y  se decantó por la locura y la internación por dos meses que nunca terminaron. Cosas como ésta van haciendo que un chico... No, no es verdad, no son las cosas sino haber pasado a ser de aquellos a los que ya no les cabe reirse de los demás y no saberlo asumir lo que te condena a esconderte de un otro vos que luego te señala. Seguía detrás del Chamaco como única compañía pero solo me reía de los otros si él me miraba, tenía miedo de que me apuntara y me pusiera así entre los Pelotudos, Gordos; Maricón; Jirafa; Enano; Mostro, diciendomé Loco.
¿Acaso alucino? No, tras la solapita de la etiqueta se ve el verdadero último pucho. Que alivio. La Maricel jamás dijo escroto y la palabra maple no se conocía en esos tiempos remotos. La hormiga argentina subía por el continente hasta Alaska y personas eran no se como decir reventados matados asesinados mientras yo iba a la primaria. Mi madre si enfermó. Muchos sí se la aguntaron. Si veo un lapiz tirado en cualquier lugar lo levanto compulsivamente. Quizá sea por si al Franco le hace falta o por si al levantarme alguien se está riendo conmigo de nosotros. Acá estoy escribiendo porque estos días me vi en un espejo de los que dicen que existe Blanca Nieves en el bosque y no pienso traer ese Corazón. 
Bye bye Chamaco.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Willy


Ahora viejo, protegido por la frescura de la parra; con el bastón descansando en el tronco; mis ojos entristecen y mi corazón sonríe agradeciendo el anciano patio.
De todos los recuerdos que se van borrando, uno viene desde su penumbra a juzgarme. Es uno de imágenes creadas por una pena sobre la que rengueo a veces.
Humillar a Johnny Cabeza de Mosca O'Henry fue un acierto y un ejemplo para los demás policías que se la daban de insobornables. Johnny era el perro del hortelano; el perfecto idiota, una molestia que se paseaba orgullosa por la calle con su familia pobre, luciendo honestidad, despreciandomé. Pero hacer que Willy Deditos de Junco Parkinson lo siguiera de cerca fue tal vez una precaución exagerada. Quizá debí dejarlo terminar.
Willy tiene ahora muchas caras que van cambiando en lo apretado del tiempo: Willy acompañandomé a la iglesia para meternos en sacrilegio a la cola de la comunión; Willy cortandolé la mejilla con un trozo de botella a Jorgito Villalba porque me había empujado en la fila de la escuela; Willy en un De Carlo 700 azul, trajeado para el baile. Pero la misma cara de satisfacción cuando le tocaba una tarea: cortar un rostro, apuñalar, hacer una garganta. El mismo orgullo de labor bien realizada. Cuando las armas de fuego lo reemplazaron comenzó a trabajar con mejor paga en un galpón que usábamos  como depósito; ya no más salidas a la calle; se había vuelto un perfeccionista. Los muchachos lo veían trabajar; con pasión, sin dejarse llevar por la premura. Yo asistía, ocasionalmente, a su taller. Trabajaba sobre una mesa de disección: tratando de mantener entretenido al paciente, comentandolé su tarea con voz de amable docente. Sus diseños no carecían de belleza; fue una de sus obras más celebradas lo que hizo con la hija menor de Pete Chizito Martínez: un cabeza dura que hubiera dejado matar a toda su familia sin cambiar de parecer; pero al ver a su princesita con filigranas y arabescos desde las rodilla al cuello desde los codos a la espalda sin tocar la cara, los pies y las manos; accedió a trabajar conmigo. Los negocios marcharon bien. A la chica le regalé un vestido apropiado que cubría las cicatrices.
Pero fue con el trabajo de Johnny Cabeza de Mosca O'Henry cuando Willy perdió los nervios. Sin comer ni dormir, sólo whisky con agua; tardó cuatro días en grabar un laberinto de finos pasillos que a veces aprovechaban la huellas dactilares; que tenía jardines en los pezones; un Lascaux en el interior de las mejillas. El cuerpo proveía a Willy mas recursos de los que puede ver un simple hombre de negocios. Sólo cortes que apenas superaban la profundidad de la piel. Al terminar quedó exhausto y feliz. 
O'Henry eventualmente volvió a las calles; poco después se disparó un escopetazo en el ojo. Willy al enterarse cayó enfermo, habían arruinado su logro mayor; deprimido y sostenido por el delirio, solía asomarse al balcón de su cuarto del Hotel Sussex y gritar: “¡la piel, la piel, la piel!” hasta caer desmayado o enumeraba los nombres de sus pacientes recomenzando sin fin la cuenta.
Lo encontramos desnudo en lo que había dado en llamar su atelier trabajando sobre sí; en la mano derecha un espejito y en la otra el escalpelo. Me suplicó que lo dejara terminar. No pude. Su lápida reza: William D.J. Parkinson; Artista; 1941-1974.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Mi ñaña


Le di un cincuenta por las cervezas. El guaso nos decía que esperáramos un poco más porque el horno andaba mal pero que la pizza la tenía que cobrar porque ya estaba pedida y la estaban haciendo. Mi hermano todavía no había roto nada pero todavía no le entregaban la pizza, así que los apurábamos porque además teníamos que irnos rápido por si llegaba la cana; pero ya era tarde: mi hermano estaba arrancando el canasto de la basura de la calle, ladeandoló, hasta que el caño se cortó al ras de la vereda. Entonces ya no hubo arreglo posible, porque entró con ese canasto como si fuera el martillo de Thor y empezó a pegarle a todo. Para mi gozo enumero: mesas con o sin parroquianos; botellas de vino en repisitas; la caja registradora símil antigua; toda cosa destructible; lamparitas dicroicas; todo a los canastazos. El tipo de la pizzería y la novia estaban en un rincón, y el loco fijó su atención hacia un nuevo ángulo de su visión perdida, y ahí estaban los platitos de adorno con dibujos italianos de viñas y góndolas; parecía que le había agarrado el gusto a pegarle a los platitos porque a todos los iba rompiendo igual: iba quedando un trozo de cada platito enganchado a los clavos con ese alambre en ve corta que tienen atrás, hasta que empezó con las cosas del mostrador. No quedó nada sano pero a los guasitos no los tocó para nada. La chica lloraba y el tipito la tenía como protegida en una pose entre valiente y suplicante. La cuestión agarramos y nos fuimos en las motos: yo y mi ñaña en una y el Fede en la suya. Ya habían llamado a la cana, y nos persiguieron hasta las casas, pero no los dejamos entrar. Así que estaban ahí afuera. Estuvieron como una hora detrás de la reja del jardín esperando la orden del juez. Mientras, iban llegando más canas en móviles y chatas. La madre del Fede estaba en la puerta diciendo que nosotros no habíamos hecho nada. Pero no hubo caso: entraron, y aunque nosotros, que nos habíamos bañado y perfumado, estábamos acostados haciéndonos los otarios, lo mismo nos alumbraron la cara con linternas y nos apuntaban; hubieran prendido la luz pero se ve que ya estaban cebados a lo SWAT. Nos sacaron y nos cagaron a patadas a los cuatro: a mí, a mi hermano, al Fede y al hermano del Fede, que no tenía nada que ver y recién llegaba de la iglesia. No pudo zafar aunque explicó, y todos les explicábamos, que estaba estudiando para pastor en la evangélica del barrio. Más duro le dieron por llevar corbata. “Esto es insidioso”, le dijo la madre del Fede al oficial, porque ya los tratábamos de oficiales para ahorrarnos patadas. Y todos nos quedamos mirando a la vieja porque creíamos que le estaba diciendo idiota, y el cana por las dudas nos empezó a pegar mas fuerte. Y así estuvimos una semana amansados en cana, y por suerte los de la pizzería no denunciaron porque mi vieja pagó una parte de los daños y les juró que ella haría lo imposible para que mi hermano no los molestara más. Por fin le dieron la pizza que habíamos pagado porque la doña no iba a dejar de llevarse lo que era nuestro. Ésa fue nuestra primera comida en cana: pizza con Coca-Cola.